23 feb 2015









A María del cielo
 
Antonio Plaza


Y ya al pisar los últimos abrojos
de esta maldita senda peligrosa
haz que ilumine espléndida mis ojos
de tu piedad la antorcha luminosa.

García Gutiérrez.

Flor de Abraham que su corola ufana
abrió al lucir de redención la aurora:
tú del cielo y del mundo soberana,
tú de vírgenes y ángeles Señora;

tú que fuiste del Verbo la elegida
para Madre del Verbo sin segundo,
y con tu sangre se nutrió la vida,
y con su sangre libertóse el mundo;

tú que del Hombre-Dios el sufrimiento,
y el estertor convulso presenciaste,
y en la roca del Gólgota sangriento
una historia de lágrimas dejaste;

tú, que ciñes diadema resplandente,
y más allá de las bramantes nubes
habitas un palacio transparente
sostenido por grupo de querubes

y es de luceros tu brillante alfombra
donde resides no hay tiempo ni espacio,
y la luz de ese sol es negra sombra
de aquella luz de tu inmortal palacio.

Y llenos de ternura y de contento
en tus ojos los ángeles se miran,
y mundos mil abajo de tu asiento
sobre sus ejes de brillantes giran;

tú que la gloria omnipotente huellas,
y vírgenes y troncos en su canto
te aclaman soberana, y las estrellas
trémulas brillan en tu regio manto.

Aquí me tienes a tus pies rendido
y mi rodilla nunca tocó el suelo;
porque nunca Señora, le he pedido
amor al mundo, ni piedad al cielo.

Que si bien dentro del alma he sollozado,
ningún gemido reveló mi pena;
porque siempre soberbio y desgraciado
pisé del mundo la maldita arena.

Y cero, nulo en la social partida
rodé al ocaso en páramo infecundo,
fue mi tesoro una arpa enronquecida
y vagué sin objeto por el mundo.

Y solo por doquier, sin un amigo,
viajé, Señora, lleno de quebranto,
envuelto en mis harapos de mendigo,
sin paz el alma, ni en los ojos llanto.

Pero su orgullo el corazón arranca,
y hoy que el pasado con horror contemplo,
la cabeza que el crimen volvió blanca
inclino en las baldosas de tu templo.

Si eres ¡oh Virgen! embustero mito,
yo quiero hacer a mi razón violencia;
porque creer en algo necesito,
y no tengo, Señora, una creencia.

¡Ay de mí! sin creencias en la vida,
veo en la tumba la puerta de la nada,
y no encuentro la dicha en la partida,
ni la espero después de la jornada.

Dale, Señora, por piedad ayuda
a mi alma que el infierno está quemando:
el peor de los infiernos... es la duda,
y vivir no es vivir siempre dudando.

Si hay otra vida de ventura y calma,
si no es cuento promesa tan sublime,
entonces ¡por piedad! llévate el alma
que en mi momia de barro se comprime.

Tú que eres tan feliz, debes ser buena;
tú que te haces llamar Madre del hombre,
si tu pecho no pena por mi pena,
no mereces a fe tan dulce nombre.

El alma de una madre es generosa,
inmenso como Dios es su cariño:
recuerda que mi madre bondadosa
a amarte me enseñó cuando era niño.

Y de noche en mi lecho se sentaba
y ya desnudo arrodillar me hacía,
y una oración sencilla recitaba,
que durmiéndome yo la repetía.

Y sonriendo te miraba en sueños,
inmaculada Virgen de pureza,
y un grupo veía de arcángeles pequeños
en torno revolar de tu cabeza.

Mi juventud, Señora, vino luego,
y cesaron mis tiernas oraciones;
porque en mi alma candente como el fuego,
rugió la tempestad de las pasiones.

Es amarga y tristísima mi historia;
en mis floridos y mejores años,
ridículo encontró, buscando gloria,
y en lugar del amor los desengaños.

Y yo que tantas veces te bendije,
despechado después y sin consuelo,
sacrílego, Señora, te maldije
y maldije también al santo cielo.

Y con penas sin duda muy extrañas
airado el cielo castigarme quiso
porque puse el infierno en mis entrañas;
porque puso en mi frente el paraíso.

Quise encontrar a mi dolor remedio
y me lancé del vicio a la impureza,
y en el vicio encontré cansancio y tedio,
y me muero, Señora, de tristeza.

Y viejo ya, marchita la esperanza,
llego a tus pies arrepentido ahora,
Virgen que todo del Señor alcanza,
sé tú con el Señor mi intercesora.

Dile que horrible la expiación ha sido,
que horribles son las penas que me oprimen;
dile también, Señora, que he sufrido
mucho antes de saber lo que era crimen.

Si siempre he de vivir en la desgracia,
¿por qué entonces murió por mi existencia?
si no quiere o no puede hacerme gracia,
¿dónde está su bondad y omnipotencia?

Perdón al que blasfema en su agonía,
y haz que calme llorando sus enojos,
que es horrible sufrir de noche y día
sin que asome una lágrima a los ojos.

Quiero el llanto verter de que está henchido
mi pobre corazón hipertrofiado,
que si no lloro hasta quedar rendido
¡por Dios! que moriré desesperado.

¡Si comprendieras lo que sufro ahora!...
¡Aire! ¡aire! ¡infeliz! ¡que me sofoco!...
Se me revienta el corazón ... ¡Señora!
¡Piedad!... ¡Piedad de un miserable loco!









A La Virgen María 
 
Aurora Garcia


Hay una rosa en el cielo
que con tanto amor se abre,
para darnos el consuelo
que solo brinda una madre.

Esa rosa es celestial,
más bella que no se viera,
en el mundo terrenal,
¡y brilla más que una estrella!

Más que el agua es transparente.
Y mucho más que la luz.
¡Madre de toda la gente!
Y madre ¡del buen Jesús!

A la Virgen María 
 
Benito Basarte García 


Yo sé que la faz tranquila
vuela más allá del ruego. -
Cauce de la voz, el fuego
que apacienta tu pupila.
Entraré donde rutila
el rayo. No estaré en venta
porque tu voz acrecienta
el pálpito de las flores.
Y en la cima, ruiseñores
abrirán la luz sedienta.

TE OUIEREN EN ARGENTINA
igual que en otros lugares
donde tan bellos altares
en sus tierras disemina
nuestra América latina.
Tu bendices gran Señora
a la gente labradora,
que en las extensas llanuras
agradece tus fínuras
y te aclama AUXILIADORA.

FUE LA MADRE MISIONERA,
La Virgen del gran Fagnano,
el invicto salesiano
que los llanos recorriera
enarbolando bandera
con patriótico fervor.
Con su AUXILIO y su favor
con actitud altruista
llevó a cabo la conquista
de un nuevo reino de AMOR.

ES MARÍA AUXILIADORA
dulce faro de la mar
ella es Madre singular
del Cristiano que la implora,
y le llama su Señora.
De la niñez desvalida,
con desvelo Ella se cuida;
atenta guia sus pasos
y soluciona los casos
difíciles de la vida.








A María
 
P. Antonio Márquez Fernández, S.D.B.
 
 
            ¡Oh elegida por Dios antes que nada!
             MIGUEL HERNANDEZ

¡Qué bien, Miguel, cantaste tú a María,
-la Elegida por Dios antes que nada-,
amplia ventana, pura, inmaculada,
por donde penetró la luz, un día!

Prestóte el ruiseñor su melodía
y el serafín su música acordada.
Así tu pecho, cítara templada,
fluyó y fluyó en torrentes de armonía,

al sacro y albo pie de tal Señora,
trillo roedor de la serpiente lista
y de la santidad feraz simiente.

Limpio de tu debilidad, ahora
cómo henchirá de gozo y paz su vista
tu corazón, en el empíreo ambiente.







A la Reina del Universo
Antonio Rodríguez  Mateo
A mi Virgen de la Cinta,
dedico esta poesía,
esperando me perdone
por tamaña osadía.

Son recuerdos y emociones
a tu lado caminando.
¡Ay Madre mía!,
cuántas veces implorando,
merecer tu consuelo,
y el del que llevas en el brazo,
con mi corazón en los costeros
y el alma junto a tu paso.
¡Ay!, Soberana en el Conquero,
Norte y guía,
hoy renuevo la promesa
que te hice aquél día,
de estar contigo siempre,
al ir a la Catedral
y también al regreso,
junto a tu imagen celestial.
Y así, hasta que Dios quiera,
deseando no flaquear
y cumplir lo prometido
otro y otro año más.
Aquella vez que no fue así,
los motivos ya lo sabes
y el dolor que sentí,
al no estar contigo, ¡Madre!.
Virgen Chiquita,
Patrona de Huelva,
Virgen de la Cinta,
fúlgida Estrella.
Reina del Cielo,
el que rendido a tus plantas
te rece con fervor,
cuando de la Ermita salga,
te llevará en el corazón.
Consuelo del afligido,
bienhechora del sufridor,
remanso del dolorido
esperanza del pecador.
Estando fuera de Huelva,
esta tierra tan amada,
en mi pecho siempre llevo,
a tu imagen coronada.
Por eso cuando vuelvo
y ante Ti me arrodillo,
cuando digo: te quiero,
lloro como un chiquillo.
Por gritar mi corazón:
¡Viva mi Virgen Chiquita!,
¡Viva la Madre de Dios!,
la Patrona de mi tierra,
la que a Jesucristo parió.